sábado, 17 de septiembre de 2016

Kabuki Wellington

Ahora que el Hotel Reina Victoria de la plaza de Santa Ana ha cambiado las manoletinas, las monteras y las medias de seda rosa por la estética zen, incluso cambiando su encastado nombre por el ridículo Me Madrid, ya solo queda en la villa un hotel puramente taurino. Qué pensarán en Japón de este giro copernicano, es algo que no nos atrevemos a preguntar, pero que podemos intuir sin poner a prueba en exceso nuestra clarividencia. Simplemente traten de cuantificar la decepción que supondría encontrar una réplica de la Feria de Sevilla en un ryokan del barrio de Gion de Kioto; pescaíto frito en lugar de sushi, María del Monte haciendo de varias geishas a un tiempo, rebujito donde querríamos encontrar sake e imágenes de la Macarena ensombreciendo los torii de cualquier kami, ya sea mayor o menor. Se alcanzan magnitudes cosmológicas. No sabemos si, llegada la triste ocasión, en Kioto quedaría algún bastión de la Reacción, pero si queda alguno en Madrid, ese es el Hotel Wellington. En las mesas de su cafetería la densidad de cabezas engominadas y su correspondiente población de gasterópodos occipitales alcanza niveles paranormales; allí se han celebrado tertulias que han pasado a la historia de la tauromaquia, algunas sembrando disputas que ya nadie será capaz de conciliar pacíficamente.
A su restaurante se trasladó en el verano de 2007 Ricardo Sanz para continuar la labor que había desarrollado en el restaurante Kabuki situado en la calle del Presidente Carmona, aún en pleno funcionamiento bajo la dirección de Mario Payán, discípulo de Sanz. Según figura en su página web, en sus comienzos la cocina de Sanz estaba «impregnada de tradición española y, sobre todo, madrileña» hasta que, tras conocer y trabajar con 菊池 正雄, su concepción culinaria dio «un giro de 360 grados». Suponemos que medidos en alguna geometría no euclidiana, puede que kármica o similar, pues lo que ahora sale de los pucheros de Sanz probablemente produzca estupor entre los chulapos más cosmopolitas. Hígado de rape al vapor con cebolleta y salsa ponzu. Perdiz escabechada dulce con algas. Rollo de huitlacoche con queso de Arzúa. Sin duda delicioso, pero algo distinto a la pepitoria de gallina y también a la cocina puramente kaiseki.
«Tenemos una parte de la carta que sí es cocina clásica japonesa y otra que es estilo de cocina Kabuki, una mezcla con productos de otras partes del mundo».
El espacio que ocupa el Kabuki Wellington es amplio y plácido pero no frío, sino más bien flemático. Un huevo frito enmarcado (premio Canal Cocina) y fotos taurinas de gran formato en blanco y negro apaciguan nuestro ánimo integrista. Además, por las manos del servicio que almuerza en la sala antes del turno de mediodía, circulan a velocidades cuánticas media docena de botellas de dos litros de Fanta de naranja. Sanz nos recibe con una cordialidad claramente innata y nos explica su pasión por la cocina oriental con una calma y una meticulosidad casi sedantes. Sin mucho esfuerzo uno podría convencerse de que está hablando con el mismísimo Buda.
«Ellos [los orientales] fueron quienes inventaron el menú largo, con raciones pequeñas y mucha variedad de productos. Pero realmente decir cocina asiática es como decir europea; solo en China hay una variedad inmensa de cocinas. Pero lo que más atrae es que es una comida muy sana, con poca grasa, con gran variedad de productos, de texturas, de sabores… y además es muy urbana, porque como no es pesada, después te permite moverte y trabajar».
Quizá sea ese anhelo universal por alcanzar la inmortalidad, esa negación del hecho de que cada día que pasa seguiremos muriéndonos un poco muy a pesar del estado del bienestar, la que haya hecho que los occidentales nos hayamos fijado en las edades prácticamente geológicas que alcanza la esperanza de vida en Japón y, consecuentemente, en sus hábitos alimenticios. Y así, el éxito de la cocina japonesa es mundial.
«Los chefs de todo el mundo están fijándose en ese tipo de cocina. Creo que es algo que ha llegado para quedarse, algo inagotable. En España aún estamos muy lejos del bum que se vive en otras partes del mundo, como Londres, por ejemplo, en el que se vende sushi en el metro. Creo que es una tendencia imparable».
Si lo que se busca es una experiencia inmaculadamente japonesa, Sanz nos recomienda varios establecimientos
«El Naomi, en la calle de Ávila; el Donzoko, en la calle de Echegaray; el Janatomo, en la calle de la Reina».
Todos ellos dignísimos representantes de la cocina japonesa más popular, pero ¿por qué en Madrid no podemos encontrar un restaurante japonés de lujo? Una vez más, ¿por qué en Barcelona sí («Pese a no ser exclusivamente japonés, me gusta mucho el Dos palillos; como restaurante puramente japonés, el Koy Shunka») y en Madrid no? ¿POR QUÉ?

«Estaba el Suntory, en la Castellana, que realmente triunfó. Pero con el paso del tiempo no se pudo mantener».
Sí, el Suntory fue un éxito, pero las historias sobre sus cuentas y la imposibilidad de saldarlas mediante transacciones exclusivamente monetarias son ya legendarias. ¿Fue el pionero de una política de precios de la que ya nadie se ha querido desmarcar?
«Un restaurante japonés nunca puede ser muy barato porque se necesita un pescado muy fresco para hacer sushi y sashimi».
Pescado no necesariamente de origen japonés, como cualquiera con un mínimo de sentido común habría comprendido antes de formular una pregunta relacionada con los problemas de suministro. El atún es fresquísimo aquí y en las faldas del monte Fuji.
«Gran parte del pescado que se consume en Japón es importado de España, y respecto a algunos productos específicos, aquí hay tiendas de alimentación japonesa donde los podemos conseguir sin problemas».
Otro de los puntos destacables del Kabuki Wellington es el servicio de sala. Puede que, si seguimos la inmersión en la cultura japonesa que ha empezado por popularizar el sushi, e incluso antes de llegar a verlo en el metro, algún día los taxistas de Madrid lleven gorra y guantes blancos y se descubran ante el cliente tal y como hacen en Kioto. O quizá los camareros del Café del Espejo, por ejemplo, se dignen a mirarle a uno sin intenciones criminales cuando se les solicita una cuenta de cuya exactitud en el cálculo ya se tienen serias dudas, pero hasta entonces el Kabuki es uno de los pocos lugares donde experimentar lo que tanto admira Sanz de los restaurantes japoneses:
«El servicio: la educación, la elegancia, la atención sin caer en el servilismo».
A pesar de esa exquisita educación, nos gustaría saber si al verse enfrentados a algunos de sus platos, como el atún en tataki con puré de manzana y de aceituna negra o las sardinas con pulpa de tomate, pan, aceite de prensar, salazón y botarga, a sus clientes japoneses más comedidos se les ponen los pelos de punta y se les escapan expresiones que bajo el punto de vista teológico de cualquier religión, incluyendo la Iglesia de la Cienciología, serían consideradas como gravísimas blasfemias.
«Al japonés le cuesta bastante ir a un restaurante no regentado por japoneses, pero los que se han "atrevido", salen muy satisfechos».
Quien más quien menos ha oído hablar de esos bueyes a los que se les aplican tiernos masajes en la panza y que trasiegan cerveza mientras una cohorte de geishas les recitan relajantes haikus, en los que se debe obviar la más leve referencia al destino que les espera. Pero además de toda esta parafernalia mitológica y teniendo en cuenta que en Kabuki se sirven platos elaborados con carne proveniente de animales de esta raza, ¿qué tiene de excepcional el buey de Kobe?
«Sobre todo la textura. No tanto el sabor, porque otro tipo de bueyes españoles o americanos pueden tener más sabor, pero el de Kobe se deshace en la boca».
Y, ojo, que en el extremo opuesto del refinamiento Sanz se confiesa devoto de dos platos que no se ha atrevido a introducir, no sabemos si por temor a la reacción de la clientela o a despertar el voraz apetito sancionador de la autoridad sanitaria competente.
«La soja fermentada es muy rica en proteínas y a mí me gusta mucho, pero tiene un sabor muy fuerte que entiendo que no sea para todos los paladares. O el calamar podrido. Alguna vez lo he puesto, pero en líneas generales no lo hago».
En la ya mencionada cafetería La Llave, justo debajo del Kabuki Wellington y parte asimismo del hotel, se puede disfrutar de un justamente famoso desayuno a base de chocolate con churros. Es uno de los escasos reductos que nos quedan en Madrid donde los churros no se sirven a temperaturas glaciales y con la textura de una alpargata. ¿Se atrevería Sanz a completar la oferta con un desayuno japonés?
«Sí, ¿por qué no? Udon, sopa de miso…»
Nos resistimos al impulso de contestar a su pregunta e intentamos encontrarle un punto débil a la cultura gastronómica japonesa. ¿Qué hay del vino, esa maravillosa excusa que nos hemos buscado para ocultar las ganas de alterar nuestro nivel de consciencia bajo la máscara de estar culturizándonos? ¿Hay vino en Japón? ¿Cómo combina en Kabuki la esplendorosa bodega que pone a disposición del cliente con sus distintos platos de inspiración japonesa?


«Bueno, el sake no deja de ser un vino y tiene muchas variedades para poder hacer el maridaje. Además está la cerveza. Y, aunque ellos no tomen tanto vino, los vinos también van muy bien: los Albariños, los espumosos, la uva Riesling, los Rueda… los blancos y algunos tintos elegantes casan de maravilla».
Al japonés, salvo cuando le atan una bandera imperial a la cabeza, le sientan a los mandos de un Mitsubishi Zero y se le pone a tiro un portaaviones norteamericano, a veces también durante los breves segundos que dura un combate de sumo, suele hacer gala de un carácter bastante moderado. Curiosamente, han adoptado el principio griego de la justa medida mucho mejor que los occidentales. ¿Es este amor por el comedimiento la explicación de que los postres sean tan decepcionantes?
«Hasta ahora no han usado las grasas, por lo que basan sus postres más en la gelatina. Pero pese a ello tienen buenos postres, sobre todo estéticamente».
Un japonés goloso; un irlandés sobrio, un ruso amable. ¿Qué otros prejuicios deberemos abandonar?
Salimos del Kabuki cuando ya están a punto de llegar los primeros clientes de la jornada. En la recepción se atienden peticiones de reserva para el mismo día que son amablemente rechazadas, a veces por el mismo Sanz. Terminamos preguntándole por el shabu shabu, esas lonchas finísimas de carne hervida que causan furor en las noches tokiotas y que sin embargo no hemos sabido encontrar en España.
«Es complicado porque es un guiso que se hace encima de la mesa, como una fondue muy ligera con verdura, carne, setas, fideos… pero es complicado adaptarla aquí».
Una pena. Casi tanta como la que da salir del Kabuki, separarse de la compañía de Sanz y rodearse de nuevo de trajes de luces y aroma a bosta de toro y albero. Es Madrid, es San Isidro y aquí estoy suspirando por una ración de shabu shabu. Este hombre es milagroso, ya lo dijimos; si no es el mismo Buda, al menos sí es un fiel emisario.

"The man who fell to Earth"

The scarce inhabitants of a dying planet (called Anthea in the novel, though presumably it's about Mars) bring their last material resources together to send an explorer to planet Earth. This explorer, of an almost identical to the human one's race and who, while he camouflages himself among earthlings, will be named Newton, has the mission to use his technological knowledge to search various patents that allow him to earn an immense fortune. With that money, and in total secret, Newton will try to build a spaceship to rescue the scarce survivors that have remained in his world —including his own family— and bring them to our planet to guarantee them a future with.

Under this more or less stereotypical premise, Walter Tevis built one of the most original emotional novels in the science-fiction genre. The alien of his story, despite his technological superiority and his sharp intelligence, will be the victim of his ferocious non-adaptation to this world of ours, which looks strange and threatening to him. Not only the earthly gravity will make him prone to bone breaks and to feel pain by any sudden movement, but constant loneliness and dread that his real identity is discovered lead him to a destructive lining up process that winds up turning him into an apathetic bitter alcoholic individual.

The man who fell to Earth is one of the novels that set the alien topic turnaround in science-fiction: the extraterrestrial isn't just a threat or a superior being willing to guide and re-educate mankind anymore, but a being captive of our same fears, for whom contact with human race seems terrifying and psychologically destructive. In fact, the main character of the book is human —his anatomical differences with earthlings are minor; his emotional differences too—, and he's human even in disorientation and the constant feeling of defenselessness that he experiences on seeing himself surrounded by a culture that he finds it hard to understand, as it may happen to any immigrant. The tone of tragedy is what differentiates this book from other literary experiments similar to Stranger in a strange land by Robert A. Heinlein's style: in that book of Heinlein's (absorbent intelligent reading, nothing to do with his celebrated but arguable Starship troopers) the alien had important lessons to transmit to earthlings. In The man who fell to Earth, however, the only thing the extraterrestrial has to show us is some technological superfluous novelties because he can't give us any lessons on all the rest, feeling as lost and confused as ourselves, or more.

To sum up: The man who fell to Earth supposed a refreshing turnaround for the genre in a historic moment when science-fiction needed to transcend technological fantasy towards a more humanist perspective. There exists an irregular cinematographic version starred by David Bowie (who isn't a great actor but he looked surprisingly suitable for the role) but the point is that the movie leaves something to be desired and it doesn't capture the multitude of nuances of the original. The book, however, is the sort of novel that even those who aren't usual consumers of the genre may like. Very recommendable.


viernes, 16 de septiembre de 2016

«The man who fell to Earth»

Los escasos habitantes de un agonizante planeta (llamado Anthea en la novela, aunque presumiblemente se trata de Marte) reúnen sus últimos recursos materiales para enviar a un explorador al planeta Tierra. Este explorador, de una raza casi idéntica la humana y que mientras se camufla entre los terrícolas se hará llamar Newton, tiene la misión de utilizar sus conocimientos tecnológicos para registrar diversas patentes que le permitan ganar una inmensa fortuna. Con ese dinero, y en total secreto, Newton intentará construir una nave espacial con la que rescatar a los escasos supervivientes que han quedado en su mundo —incluyendo a su propia familia— y traerlos a nuestro planeta para garantizarles un futuro.
Bajo esta premisa más o menos estereotípica, Walter Tevis construyó una de las novelas más originales y emotivas en el género de la ciencia-ficción. El extraterrestre de su historia, pese a su superioridad tecnológica y su aguda inteligencia, será la víctima de su feroz inadaptación a este nuestro mundo, que a él le resulta extraño y amenazante. No solo la gravedad terrestre le hará propenso a roturas de huesos y a sentir dolor con cualquier movimiento brusco, sino que la soledad y el temor constante a que su verdadera identidad sea descubierta le conducen a un destructivo proceso de alienación que termina convirtiéndole en un individuo apático, amargado y alcohólico.
The man who fell to Earth es una de las novelas que marcó el giro de la temática extraterrestre en la ciencia-ficción: el alienígena ya no es solamente una amenaza o un ente superior dispuesto a guiar y reeducar al hombre, sino un ser cautivo de nuestros mismos miedos, para quien el contacto con la raza humana resulta aterrador y psicológicamente destructivo. De hecho, el protagonista del libro es humano —sus diferencias anatómicas con los terrícolas son mínimas; sus diferencias emocionales también—, y es humano incluso en la desorientación y el constante sentimiento de indefensión que experimenta al verse de repente rodeado de una cultura que le cuesta comprender, como puede ocurrirle a cualquier inmigrante. El tono de tragedia es lo que diferencia este libro de otros experimentos literarios similares al estilo de Stranger in a strange land de Robert A. Heinlein: en aquel libro de Heinlein (absorbente e inteligente lectura, nada que ver con su célebre pero discutible Starship troopers) el extraterrestre tenía importantes lecciones que transmitir a los terrícolas. En The man who fell to Earth, sin embargo, el alienígena lo único que tiene para enseñarnos son algunas novedades tecnológicas superfluas porque en todo lo demás no puede darnos lecciones, sintiéndose tan perdido y confuso como nosotros mismos, o más.
Resumiendo: The man who fell to Earth supuso un giro refrescante para el género en un momento histórico en que la ciencia-ficción necesitaba trascender la fantasía tecnológica hacia una perspectiva más humanista. Existe una irregular versión cinematográfica protagonizada por David Bowie (quien no es un gran actor pero resultó sorprendentemente idóneo para el papel) pero lo cierto es que la película deja algo que desear y no captura la multitud de matices del original. El libro, sin embargo, es la clase de novela que puede gustar incluso a quienes no son consumidores habituales del género. Muy recomendable.

«The given day»

Cada cert temps (que sol ser-ne massa poc) apareix en escena un escriptor nord-americà que, coronat tot de cop per la premsa i la crítica, resulta que ha parit —una altra vegada— la «Gran Novel·la Americana». Potser ha escrit alguna cosa notable, una gran obra no temporal que refulgeix per sobre de la mitjana com una flor entre les fems. Potser no i resulta que la seva obra és només un llardó més de merda —uns centímetres més gros, una mica més aromàtic— sobre de la montanyeta. En fi, tant és, però és el fet que una obra sigui blasonada amb aquest  epítet tan pretensiós —gran novel·la americana— el responsable que molta gent miri amb incredulitat, prejudicis i fins i tot rebuig el que d'una altra manera seria percebut de manera més positiva.

The given day, per molts, seria justament això. Una gran obra que és capaç no tant de representar de forma viva i fidedigna un període de temps determinat, sinó de capturar l'esperit d'aquella època i evocar-lo en la ment del lector com si despleguessin teatralment un llenç davant els seus ulls en què s'albira com era Amèrica i com eren les seves gents.

Pensada inicialment com a una trilogia, The given day està formidablement embolicada en el rerefons històric de Boston després de la Primera Guerra Mundial. Les vagues, la lluita sindical, el creixement de l'anarquisme i els atemptats terroristes amenacen, com si d'ens físics se'n tractés, de treure protagonisme als dos personatges principals: en Danny Coughlin, un policia irlandès que comença infiltrant-se en les reunions sindicals i acaba abraçant la lluita obrera; i en Luther Lawrence, un fugitiu negre que fuig d'un crim comès a Tulsa. Les seves històries es van apropant paulatinament fins confluir en el que sembla ser el tema principal de la novel·la, l'amistat.

Tercer en discòrdia, en forma d'interludis, apareix la figura ostentosa d'en Babe Ruth, el mític batedor dels Red Sox (i més tard dels Cubs de Chicago) que dota d'una referència real, d'un contrapunt extern a la trama, i que amb la seva mirada assoleix injectar una visió diferent als esdeveniments globals sobre què està teixida la novel·la.

En un món molt menys infantil i més idealista que el nostre, amb mals que encara podien identificar-se clarament i en vista, sorprèn la brillantesa que maneja en Lehane per enfondir en els caràcters humans, com sorteja de manera hàbil la segregació i la crisi social sense caure en maniqueismes i, sobretot, com aconsegueix enganxar el lector fins a l'última pàgina.

En Lehane proposa una sèrie negra actual: tan allunyada de l'economia de mitjans del hard-boiled d'en James Ellroy com del guant blanc d'Elmore Leonard, la seva forma de narrar se situa en un punt intermedi, potser més creïble, sense dissimular la violència però sense mostrar-la contínuament. És obvi que hi ha algunes concessions i fonamentalment que surten a la llum en el tractament quasi cinematogràfic de què dota la narració. És complicat no fer un càsting imaginari amb actors de Hollywood durant la lectura posant cares conegudes als personatges de la novel·la.

En Dennis Lehane és, possiblement, un dels millors escriptors —si no el millor— de sèrie negra contemporanis. A més d'això, hi ven com xurros; les seves obres han estat portades al cinema i a la televisió amb èxit (Shutter Island, Mystic River, The Wire...) i a l'home possiblement no li interessi lo més mínim que el comparin amb en Mark Twain ni amb en John Dos Passos.

Gran Novel·la Americana no: gran novel·la.

jueves, 15 de septiembre de 2016

«The given day»

Cada cierto tiempo (que suele ser demasiado poco) aparece en escena un escritor norteamericano que, coronado de golpe y porrazo por la prensa y la crítica, resulta que ha parido —otra vez— la «Gran Novela Americana». A lo mejor ha escrito algo notable, una gran obra atemporal que refulge por encima de la media como una flor entre el estiércol. A lo mejor no y resulta que su obra es solo un tropezón más de mierda —unos centímetros más gordo, un poco más aromático— encima de la montañita. En fin, da igual, pero es el hecho de que una obra sea blasonada con este epíteto tan pretencioso —gran novela americana— el responsable de que mucha gente mire con incredulidad, prejuicios e incluso rechazo lo que de otra manera sería percibido de manera más positiva.
The given day, para muchos, sería justamente eso. Una gran obra que es capaz no tanto de representar de forma viva y fidedigna un período de tiempo determinado, sino de capturar el espíritu de esa época y evocarlo en la mente del lector como si desplegaran teatralmente un lienzo ante sus ojos en el que se vislumbra cómo era América y cómo eran sus gentes.
Pensada inicialmente como trilogía, The given day está formidablemente envuelta en el transfondo histórico de Boston tras la Primera Guerra Mundial. Las huelgas, la lucha sindical, el crecimiento del anarquismo y los atentados terroristas amenazan, como si de entes físicos se tratara, con quitar protagonismo a los dos personajes principales: Danny Coughlin, un policía irlandés que empieza infiltrándose en las reuniones sindicales y acaba abrazando la lucha obrera; y Luther Lawrence, un fugitivo negro que huye de un crimen cometido en Tulsa. Sus historias se van acercando paulatinamente hasta confluir en el que parece ser el tema principal de la novela, la amistad.
Tercero en discordia, en forma de interludios, aparece la figura ostentosa de Babe Ruth, el mítico bateador de los Red Sox (y más tarde de los Cubs de Chicago) que dota de una referencia real, de un contrapunto externo a la trama, y que con su mirada logra inyectar una visión diferente a los acontecimientos globales sobre los que está tejida la novela.
En un mundo mucho menos infantil y más idealista que el nuestro, con males que aún podían identificarse claramente y a simple vista, sorprende la brillantez con la que se maneja Lehane para ahondar en los caracteres humanos, cómo sortea de manera hábil la segregación y la crisis social sin caer en maniqueísmos y, sobre todo, cómo consigue enganchar al lector hasta la última página.
Lehane propone una serie negra actual: tan alejada de la economía de medios del hard-boiled de James Ellroy como del guante blanco de Elmore Leonard, su forma de narrar se sitúa en un punto intermedio, quizá más creíble, sin disimular la violencia pero sin mostrarla continuamente. Es obvio que hay algunas concesiones y fundamentalmente que salen a la luz en el tratamiento cuasi cinematográfico del que dota a la narración. Es complicado no hacer un castin imaginario con actores de Hollywood durante la lectura poniendo caras conocidas a los personajes de la novela.
Dennis Lehane es, posiblemente, uno de los mejores  escritores —si no el mejor— de serie negra contemporáneos. Además de eso, vende como churros; sus obras han sido llevadas al cine y a la televisión con éxito (Shutter IslandMystic RiverThe Wire…) y al hombre posiblemente no le interese lo más mínimo que le comparen con Mark Twain ni con John Dos Passos.
Gran Novela Americana no: gran novela.

« Die Berlin-Trilogie »

Feuer in BerlinIm Sog der dunklen Mächte et Alte Freunde, neue Feinde forment Die Berlin-Trilogie joué par Bernie Gunther, un détective allemand qui vit au Berlin nazi des années trente, avant la guerre. Même s'agissant de « romans de détective », comme Rafael Díaz de Valdemar dirait, qui a été ce qui me les a recommandés, ils sont différents par rapport à toutes celles du genre. Non seulement on a l'intrigue habituelle de découvrir le méchant, mais il nous offre un sens de l'humour rien de fréquent dans ce genre-ci (ils sont très drôles) et, surtout, une rigueur historique impeccable; il réussit à mettre dans l'histoire toutes les instances nazis (Goering, Goebbels, Himmler ou Heydrich) de façon croyable et rien de forcée. Ils ne laissant pas de puits éternel, mais ils sont terriblement divertissants. Idéaux pour la piscine et les transports publics. Maintenant on les a mis dans un seul volume —d'écriture petite, pour tout dire—. Pour des amoureux du genre policier qui cherchent quelque chose de différent ou des nouveaux venus qui veuillent en profiter un bon moment.

«Die Berlin-Trilogie»

Feuer in Berlin, Im Sog der dunklen Mächte y Alte Freunde, neue Feinde forman Die Berlin-Trilogie protagonizada por Bernie Gunther, un detective alemán que vive en el Berlín nazi de los años treinta, antes de la guerra. Aun tratándose de «novelas de detective», como diría Rafael Díaz de Valdemar, que fue quien me las recomendó, son diferentes a todas las del estilo. No solo tenemos la habitual intriga de descubrir al malo, sino que nos ofrece un sentido del humor nada frecuente en el género (son divertidísimas) y, sobre todo, un rigor histórico impecable; consigue meter en la historia a toda la cúpula nazi (Goering, Goebbels, Himmler o Heydrich) de forma creíble y nada forzada. No dejan un poso eterno, pero son terriblemente entretenidas. Ideales para la piscina y el transporte público. Ahora las han sacado en un único volumen —de letra muy pequeña, todo sea dicho—. Para amantes del género policiaco que busquen algo diferente o advenedizos que quieran disfrutar un buen rato.

"Der Vorleser"

I guess that everyone has a curious story about a book. This is mine: while being on vacation in Dubrovnik, I was left without anything to read. To see if I struck it rich, I went into the first bookstore I saw and I looked if there was a section of books in Spanish. And yes, there was. But they only had Lucía Etxebarria's complete works (why?!) and this one. And I chose this one, of course. I was to start its reading and not to drop it till the end. A beautiful wonderful easily-crying story. In the post-war period Germany, a teenager begins his sexual life with an attractive mature woman. Then a spectacular storyline turnaround happens and not more stuff can be said without squashing the surprising ending. A pretty decent cinematographic version starred by Kate Winslet got to be made. For eight or nine dollars it's available in any neighborhood or public transport station bookstore. In general, everyone usually loves it. In any case, it's not annoying reading. You may see.

«Der Vorleser»

Supongo que todo el mundo tiene una historia curiosa acerca de un libro. Esta es la mía: estando de vacaciones en Dubrovnik, me quedé sin nada para leer. Para ver si sonaba la flauta, entré en la primera librería que vi y busqué si había alguna sección de libros en castellano. Y sí, la había. Pero solo tenían las obras completas de Lucía Etxebarria (¡¿por qué?!) y este. Y elegí este, claro. Fue empezar su lectura y no soltarlo hasta el final. Una historia bonita, maravillosa, de lágrima fácil. En la Alemania de la posguerra, un adolescente inicia su vida sexual con una atractiva mujer madura. Luego se produce un giro argumental espectacular y poca cosa más se puede decir sin destripar el sorprendente desenlace. Se llegó a hacer una versión cinematográfica bastante digna, protagonizada por Kate Winslet. Por siete u ocho euros está disponible en cualquier librería de barrio o estación de transporte público. En general, suele encantar a todo el mundo. En cualquier caso, no es una lectura molesta. Ustedes verán. 

«The executioner's song»

Si ha pensat a l'instant que en Mailer pot esdevenir-se molt plumbi en ocasions té vostè prou raó, per a què negar-ho. Però és gairebé segur que aquest llibre va ser allò que més a prop va ser mai d'assolir la Gran Novel·la Americana el repte més gran de la seva vida. Aquí ens conta la història d'en Gary Gilmore, un senyor que va ser condemnat a la pena capital després de passar gairebé tota la seva vida a reformatoris i càrcers. Com que va decidir que ja estava fart de viure entre reixes, no es va molestar ni a recórrer la sentència i a més a més va exigir que se l'executés amb la major diligència possible. Ni morir en pau deixen a un: les associacions de drets civils van recórrer la condemna contra la seva voluntat. En un clímax que ens recorda constantment en Truman Capote i el seu magistral In cold blood, pot contenir les pàgines més bones que va escriure en Mailer en la seva vida. I, com totes les seves obres, està extraordinàriament documentada i aporta detalls de la vida d'en Gilmore que només ell va preocupar-se a investigar. Llibre per gaudir, rellegir i regalar. En Mikal Gilmore, el seu germà, va escriure un llibre aprofitant l'esclat d'aquesta meravella, però és com comparar un tag en un vagó de metro amb De Kantwerkster d'en Vermeer. Si cau a les seves mans, gaudeixi'l, faci'ns cas. Si no li agrada, almenys tindrà una història curiosa a explicar als amics.

«The executioner's song»

Si ha pensado al instante que Mailer puede llegar a ser muy plúmbeo en ocasiones tiene usted bastante razón, para qué negarlo. Pero es casi seguro que este libro fue lo más cerca que estuvo jamás de lograr la Gran Novela Americana el mayor reto de su vida. Aquí nos cuenta la historia de Gary Gilmore, un señor que fue condenado a la pena capital después de pasar casi toda su vida en reformatorios y cárceles. Como decidió que ya estaba harto de vivir entre rejas, no se molestó ni en recurrir la sentencia y además exigió que se le ejecutara con la mayor diligencia posible. Ni morir en paz dejan a uno: las asociaciones de derechos civiles recurrieron la condena contra su voluntad. En un clímax que nos recuerda constantemente a Truman Capote y su magistral In cold blood, puede que contenga las mejores páginas que escribió Mailer en su vida. Y, como todas sus obras, está extraordinariamente documentada y aporta detalles de la vida de Gilmore que solo él se preocupó en investigar. Libro para gozar, releer y regalar. Mikal Gilmore, su hermano, escribió un libro aprovechando el rebufo de esta maravilla, pero es como comparar un tag en un vagón de metro con De Kantwerkster de Vermeer. Si cae en sus manos, disfrútelo, háganos caso. Si no le gusta, al menos tendrá una historia curiosa para explicar a los amigos.

« The grapes of wrath »


En pleine dépression américaine, une famille de paysans de l'Oklahoma se voit obligée à abandonner toutes ses terres et propriétés pour chercher de l'abri, de la nourriture et du travail à n'importe quel prix et à n'importe quel endroit. Sous une prémisse tellement simple, une des bijoux littéraires du siècle XX se déroule: elle est touchante tout comme elle crée dépendance, il vous sera absolument impossible d'oublier la jouissance que ce chef-d'œuvre vous fournira. Soixante-dix ans après son écriture et dans le contexte actuel de chômage massif et salaires milleuristes, elle continue à avoir une vigueur dangereusement inquiétante. Si vous êtes au chômage ou la version cinématographique magistrale et édulcorée vous a déjà semblé dure, il peut valoir mieux que vous suspendiez votre lecture pendant quelque temps. Mais dès que les choses vous aillent bien, n'hésitez pas une seconde: achetez-le, volez-le ou allez à la bibliothèque la plus proche et amusez-vous jusqu'au dernier paragraphe, où toute la dureté de la nature se résume. Et faites attention à certaines éditions, elles peuvent vous ruiner l'orgasme. C'est un livre en or, sans nuances. Vous trouverez difficilement quelqu'un qui vous le discute. Et si vous ne voulez pas ou vous ne désirez pas le lire, libre à vous avec votre conscience, mais mémorisez au moins l'ouvrage et l'auteur: c'est une question marron de Trivial Pursuit.

«The grapes of wrath»

En plena depresión americana, una familia de campesinos de Oklahoma se ve obligada a abandonar todas sus tierras y propiedades para buscar cobijo, comida y trabajo a cualquier precio y en cualquier lugar. Bajo tan simple premisa se desarrolla una de las joyas literarias del siglo XX: tan impactante como adictiva, le será absolutamente imposible olvidar el goce que le proporcionará esta obra maestra. Setenta años después de su escritura y en el actual contexto de desempleo masivo y salarios mileuristas, sigue teniendo una vigencia peligrosamente inquietante. Si está usted en el paro o la magistral y edulcorada versión cinematográfica de John Ford ya le pareció dura, mejor será que aparque su lectura durante un tiempo. Pero en cuanto le vayan bien las cosas, no lo dude ni un segundo: cómprelo, róbelo o vaya a la biblioteca más cercana y disfrute hasta el último párrafo, donde se resume toda la dureza de la novela. Y vaya con cuidado con según qué ediciones, pueden arruinarle el orgasmo. Es un libro redondo, sin matices. Difícilmente encontrará usted a alguien que se lo discuta. Y si no quiere o no le apetece leerlo, allá usted con su conciencia, pero al menos memorice obra y autor: es pregunta marrón del Trivial Pursuit.

"Treasure island"

No, we're not wrong: we're more and more convinced that it's not a work for children or young people. It's about a product of broad spectrum, like those games on whose box it reads "from 8 to 88 years"; see pachisi or the Goose game. Forget about the numberless cinematographic adaptations that you might've watched and read it without any prejudices or preconceived ideas, as if it had been edited for the first time two weeks ago. You will discover a novel with multiple reading levels: from the analysis of human greed to the initiation voyage, going through a harsh adventure novel. It comes in useful: you can read it to the kids so that they sleep happy and, thereafter, enjoy the intrigues among the characters as if you were reading Les liaisons dangereuses. I did not read it till I was 40, practically compelled by a literature teacher friend. Don't make the same mistake, even more so when we're insistently warning you what you are missing. We insist: it's not a joke. In addition, it can be found in a thousand editions: from those that cost one little dollar with the Sunday paper to the extended and commentated on ones. There is no excuse, come on. And if you're not convinced yet, at least don't deprive your children of such pleasure, who knows what a generation we're raising with su much Geronimo Stilton.

jueves, 8 de septiembre de 2016

«Treasure island»

No, no nos hemos equivocado: estamos más que convencidos de que no es una obra infantil ni juvenil. Se trata de un producto de amplio espectro, como esos juegos en los que pone en la caja «de 8 a 88 años»; véase el parchís o La Oca. Olvídese de las innumerables adaptaciones cinematográficas que haya podido ver y léalo sin prejuicios ni ideas preconcebidas, como si se hubiera editado por primera vez hace dos semanas. Descubrirá una novela con múltiples niveles de lectura: desde el análisis de la codicia humana hasta el viaje iniciático, pasando por la novela de aventuras pura y dura. Vale lo mismo para un roto que para un descosido: puede leérselo a los críos para que duerman felices y, acto seguido, disfrutar de las intrigas entre los personajes como si estuviera viendo Les liaisons dangereuses. Yo no lo leí hasta los 40 años, prácticamente obligado por un amigo profesor de literatura. No cometan el mismo error, más aún cuando les estamos advirtiendo encarecidamente de lo que se están perdiendo. Insistimos: no es una broma. Además, puede encontrarse en mil ediciones: desde las que valen un eurillo con el periódico del domingo hasta las prologadas y comentadas. Que no hay excusa, vamos. Y si aún no está convencido, al menos no prive a sus hijos de semejante placer, que con tanto Geronimo Stilton vaya a saber usted qué generación estamos criando.

«Mort à crédit»


Han llegit bé: no hi posa Voyage au bout de la nuit. I és que, tot i que no se solgui tenir en compte, en les estones lliures escasses que li deixava la digestió de jueus aquest senyor dedicava el seu temps lliure a escriure obres mestres. Per a molts fans d'en Céline aquest és el seu millor llibre, amb diferència. Ens hi explica la infància i la joventut d'en Bardamu, el protagonista de la seva obra de capçalera. És un llibre tremebund on es junta tot el que és millor d'en Céline: la seva capacitat per teixir històries apassionants, el seu nihilisme i menyspreu cap a tota la humanitat, una trama ferma, sòlida i lineal i un sentit de l'humor brutal en totes i cada una de les seves facetes; des del més innocent fins al més negre que un pugui imaginar-se. I un final realment sensacional. Tot això jalonat amb una galeria de personatges irrepetibles. Una obra grandiosa, es miri per on es miri. Segons l'Amélie Nothomb, un escriptor amb bona ploma és en Victor Hugo. Un que a més de bona ploma té bon pardal es diu Sartre i t'escriu La nausée. Un escriptor amb bona ploma, bon pardal i un bon parell de collons és el qui t'escriu Mort à crédit. I si ho diu una deessa com na Nothomb, no seré jo qui li fes el contrari. Llegeixin-lo: a bé o a mal, segur que no els deixa indiferents. Me'n deixo alguna cosa? Doncs sí, que a aquest senyor no li plaïa pas massa usar el punt i a part. Però arribats a aquests nivells de mestria, no passa de mera anècdota: seria com discutir la cama dreta d'en Maradona.

«Mort à crédit»


Han leído bien: no pone Voyage au bout de la nuit. Y es que, aunque no se suela tener en cuenta, en los escasos ratos libres que le dejaba la digestión de judíos este señor dedicaba su tiempo libre a escribir obras maestras. Para muchos fanes de Céline este es su mejor libro, con diferencia. En él nos explica la infancia y juventud de Bardamu, el protagonista de su obra de cabecera. Es un libro tremebundo donde se junta todo lo mejor de Céline: su capacidad para tejer historias apasionantes, su nihilismo y desprecio hacia toda la humanidad, una trama firme, sólida y lineal y un brutal sentido del humor en todas y cada una de sus facetas; desde el más inocente hasta el más negro que pueda uno imaginarse. Y un final realmente sensacional. Todo ello jalonado con una galería de personajes irrepetibles. Una obra grandiosa, se mire por donde se mire. Según Amélie Nothomb, un escritor con buena pluma es Victor Hugo. Uno que además de buena pluma tiene buena polla se llama Sartre y te escribe La nausée. Un escritor con buena pluma, buena polla y un buen par de cojones es el que te escribe Mort à crédit. Y si lo dice una diosa como la Nothomb, no seré yo quien le lleve la contraria. Léanlo: para bien o para mal, seguro que no les deja indiferentes. ¿Me dejo algo? Pues sí, que este señor no gustaba demasiado de usar el punto y aparte. Pero llegados a estos niveles de maestría, no pasa de mera anécdota: sería como discutir la pierna derecha de Maradona.

Fernando Savater: «Ser malo es mucho más divertido»




Fernando Savater n'a pas besoin de présentation. Il nous reçoit chez lui à Madrid, la maison pleine de ce qu'il aime le plus: les livres et les monstres. D'un ton souriant, il disserte sur l'actualité, les consolations —faibles— de la philosophie, le cinéma actuel et classique, la littérature... Lorsqu'on l'écoute, on a le soupçon ennuyeux que la personne qu'on a en face, elle est beaucoup plus intelligente que soi-même. Une sensation à laquelle on devrait déjà être habitué de trop si on quittait davantage la maison, mais que, dans ce cas, c'est flagrant.

La primera pregunta es obligada: ¿qué le pareció la legalización de Bildu?
El papel de los ciudadanos no es estar de acuerdo con la legalización de Bildu ni con ninguna otra medida de los tribunales. Los tribunales están, precisamente, para acabar con los desacuerdos; funcionan, están ahí, porque los ciudadanos pensamos cosas distintas. Los tribunales están para dirimir ese tipo de cosas; los que somos partidarios de las instituciones y las hemos defendido frente a los etarras y el mundo radical tenemos que aceptar naturalmente los dictámenes. Otra cosa es que luego te preguntes qué va a pasar, cómo nos las vamos a arreglar ahora que pululan por los ayuntamientos. Pero el ciudadano, después de que el árbitro ha pitado el penalti, no debería plantearse pitarle un penalti al árbitro.
¿Qué opina de la ejecución de Bin Laden? Quien se la cuestione, ¿tiene que hacerse mirar la cabeza, según ha dicho Obama?
No sé si tanto como dice Obama, quizá sea exagerado, pero hay que tener cara dura y una falta de conocimiento del mundo real muy notable. Las naciones no están como los ciudadanos sometidos a una ley; están entre sí como los ciudadanos estaban antes de que existiera un estado y una ley entre ellos. Todavía predomina en buena medida la ley del más fuerte. Los países que pueden defenderse, se defienden. Estados Unidos es el país más poderoso del mundo y por lo tanto es una acción de guerra: ha matado al general del ejército enemigo, lo mismo que se habría matado a Hitler si se hubiera bombardeado el búnker en el que se escondía en Berlín... Cuando se dice «hombre, las leyes…» La suposición de un juicio en Estados Unidos a Osama Bin Laden mientras están estallando bombas de sus partidarios en el resto del mundo me parece una imagen escalofriante, así que me alegro mucho de que no lo haya habido. Por lo demás, en un circo no es lo mismo pegarle una patada en la espinilla al forzudo que al enanito. El enanito en este caso somos nosotros, que estamos muy orgullosos de cómo cumplimos las leyes, entre otras razones porque no podemos hacer otra cosa. Al forzudo del circo es más peligroso darle la patada. Bin Laden lo hizo y se ha llevado esta respuesta; en cierta medida es un alivio para el resto del mundo también.
Salman Rushdie decía que «you needn't be a terrorist to get changes and being a terrorist is old-fashioned» en relación a las revueltas del mundo árabe. ¿Está de acuerdo? ¿Al Qaeda está acabada?
Siempre me he opuesto a esa tontería de «la violencia es inútil». No, la violencia es utilísima. En el País Vasco ha hecho posibles cambios enormes y si no hubiera sido por la violencia, la hegemonía nacionalista no hubiera sido la que es. Y, por supuesto, la violencia integrista islámica se ha impuesto en el mundo teniendo como efecto, entre otras cosas, la disminución de nuestras libertades en algunos casos. Es muy bueno ver que los países del norte de África apuestan más por esas vías democráticas, de resistencia pasiva o activa, pero no terrorista. Que el terror lo ponga el dictador, no uno. Es la única forma de llegar a la democracia. En la época de Franco todos los antifranquistas se pusieron muy contentos cuando volaron a Carrero Blanco; yo dije que el que volaba a Carrero Blanco era como Franco pero de otro orden. Nosotros lo que queríamos no era que ganaran otros militares, sino que ganáramos los civiles y esto es lo que ahora está ocurriendo. Quieren que ganen los civiles, no unos señores que sean lo contrario que القَذَّافِي o مبارك, pero en esa misma línea. Ahora bien, el terror es utilísimo, por eso hay que prohibirlo y perseguirlo, porque logra demasiadas cosas.
Se ha llegado a comparar esta cadena de insurrecciones con la caída del Muro de Berlín, ¿es una analogía exagerada?
Probablemente sí, en el sentido de que el muro representaba un poder único, grande, que era el poder del comunismo, la Unión Soviética, que hoy no existe como tal. Pero es verdad que es muy importante; una vez más se vuelve a esa mitología pragmatista y en el fondo hipócrita que hay mucho en Europa cuando se dice «no, ellos no son como nosotros, no quieren las mismas cosas, tienen sus propias tradiciones, a las mujeres les gusta ir tapadas hasta las orejas, a los hombres les gusta pasarse la vida obedeciendo al sultán…». Pues se ve que no; los seres humanos nos parecemos mucho más de lo que nuestros folclores políticos dan a entender. Es una cosa muy sana recordarlo de vez en cuando.
Algunos reprocharon a Zapatero su apoyo al bombardeo de Libia recordando su «no a la guerra» de 2004. ¿Es comparable?
El «no a la guerra» me parece una tontería en 2004 y ahora. Es como decir «no a las operaciones de apendicitis». Hombre, las operaciones de apendicitis se hacen cuando alguien tiene apendicitis. Las guerras llegan en los países democráticos, se supone, cuando hay una amenaza seria a las libertades, a la democracia. Decir «no a la guerra» en general no tiene ningún sentido. La guerra a veces es imprescindible. Ocurre que no es un plato de gusto. Vergonzoso es que Europa haya estado tanto tiempo pasando la mano por el lomo a القَذَّافِي o مبارك y ahora quiera hacerse la justiciera. Es difícil borrar lo mal que uno se ha portado en estos casos. Pero bueno, al menos lograrán ayudar algo a esta pobre gente.
¿Cree que puede ser comparable de alguna manera Libia con Irak?
Es comparable en el sentido de que son dos dictaduras. Ahora se está ayudando a un pueblo que se está rebelando, pero en Irak no había una sublevación popular. De haberse dado el caso habría sido no solo bueno, sino excelente, ayudarles a derrocar a صدام حسين. Pero dio la impresión de que era algo totalmente externo. Ahora no; se está apoyando a unos rebeldes, no se está inventando una rebelión.
En Finlandia ha logrado un gran avance un partido llamado Perussuomalaiset. Su nombre lo dice todo, ¿no?
Claro, eso es el nacionalismo. Hay ciudadanos optimo iure y ciudadanos que no lo son. Es decir, «de verdad somos de aquí los que reunimos estas condiciones. Los demás ya iremos viendo si son humanos, si son medio ciudadanos o no…» Lo terrible de Finlandia, para algunos que hemos defendido tanto la importancia de la educación para acabar con los males políticos, es que es uno de los países que siempre se ponen como modelo de éxito educativo. Que prospere un partido como este indica que es muy importante el conocimiento más o menos técnico, científico, pero que la educación es algo más. Abarca mucho más; podemos crear gente muy educada en especialidades científicas, pero es posible que su idea de comunidad sea nefasta.
Ha habido también un pacto del gobierno con un partido ultraderechista en Dinamarca. ¿Cree que este auge de partidos de extrema derecha son una amenaza real para Europa?


La inmigración es uno de los problemas. Los países que tienen riqueza quieren repartir mientras les sea beneficioso, mientras les sirvan de mano de obra. Cuando les desborda el asunto inmediatamente cesan las contemplaciones. Desgraciadamente Europa está fracasando en tantos aspectos… Lo que demuestra la posición de Dinamarca es que podemos retroceder. No solo que no se avance, podemos perder por ejemplo el Tratado de Schengen.


Animaux, science, philosophie
¿Pueden estar en la biología algunas de las respuestas a las preguntas que plantea la filosofía? El primatólogo Desmond Morris, por ejemplo, dice estudiar a las personas como los zoólogos estudian a los animales. 
Una cosa es la descripción de cómo funciona un ser humano en un sentido fisiológico, zoológico, etológico... La filosofía se pregunta por el sentido de las cosas, no por su funcionamiento. Los biólogos estudian el funcionamiento de las cosas, no su sentido. Un cuadro de Rembrandt, por ejemplo, tiene un peso, unos pigmentos extendidos, pero el sentido del cuadro no es ese. Desde el punto de vista material lo consideraremos útil para la conservación en un sótano, para saber a qué temperatura ha de conservarse. Lo que la ciencia dice del ser humano es el tipo de cosas que son útiles, lo que necesitamos para mantenernos, para sentirnos más cómodos, funcionar mejor y más tiempo...
En el llamado Proyecto Gran Simio para dotar de ciertos derechos a los primates o en el actual debate sobre los toros, en el cual ha participado usted con su reciente libro Tauroética, se habla de que debe haber una frontera moral clara entre humanos y animales.
No se trata de dónde poner la frontera moral, sino que la propia frontera es la moral. Moralidad es distinguir entre los seres humanos y el resto de seres. A un ser humano no lo tratas como a un objeto o como a un animal; sientes una reciprocidad que no se da con los demás seres. Luego hay casos como el Proyecto Gran Simio; los monos se parecen mucho a nosotros y tienen muchos rasgos comunes aunque no haya reciprocidad. Ningún antropoide tiene ningún deber y, por tanto, tampoco tienen derechos. Como se nos parecen les extendemos por antropomorfismo: somos tan antropocéntricos que todo lo que se nos parece un poco lo consideramos humano. Al virus del sida nadie lo considera humano porque no se nos parece. Ese error de los derechos de los animales confirma hasta qué punto la moral es antropocéntrica.
Hace unos años se publicó un libro llamado Plato Not Prozac. ¿Podría ser al revés en muchos casos?
Claro, la filosofía no es un libro de autoayuda; no sirve para salir de dudas, sino para entrar en ellas. Es verdad que la filosofía clásica griega y romana da recomendaciones sobre la vida no en el sentido clínico, higiénico, del término. Buscan una orientación general. Hay cosas que te calman los nervios mejor. Recuerdo un trozo muy bonito en Lettres persanes de Montesquieu. Cartas que supuestamente escribe un persa que está en París y dice: «fíjate, los franceses son rarísimos; cuando tienen un dolor o una angustia como nosotros, ya sabes, tomamos un poco de opio y se nos pasa, ellos cogen a un señor que se llama Seneca y leen tres o cuatro páginas». Evidentemente, leer a Seneca no tiene la misma función que tomar opio. Si te van a operar del riñón, es mejor que tomes cloroformo a que leas a Seneca. Las mentes inteligentes se alimentan de complejidad y lo que dan los filósofos es ese aumento de complejidad que alimenta nuestra mente inteligente. Por supuesto no calman los dolores, no resuelve los problemas, no ayuda a ligar…
Durante el franquismo a usted lo definían en su ficha policial como un «anarquista moderado». ¿Esa etiqueta seguiría siendo válida hoy en día?
No me disgusta porque la combinación, esa especie de oxímoron, me hace gracia. No, el Estado es una necesidad de nuestra condición social, pero es una necesidad que como el dinero o el sexo, por ejemplo, tienden a independizarse de su función y a convertir en esclavitud lo que era camino de libertad. Si el Estado es, lo que decía Spinoza, solamente un garantizador del avance de las libertades, bien, pero probablemente nace con esa idea y poco a poco va convirtiéndose en el ogro filantrópico del que hablaba Octavio Paz. Y ahí ya sí, me vuelvo otra vez anarquista moderado, en el sentido de que hay cosas de las que uno se puede quejar y necesitamos cuidados paliativos de otras, como por ejemplo el Estado, pero eso no significa que lo podamos suprimir.
¿Qué máxima filosófica con el paso de los años le ha ido pareciendo cada vez más cierta?
Quizá la de Spinoza: «homo liber de nulla re minus, quam de morte cogitat, et ejeus sapientia non mortis, sed vitæ meditatio est».
¿Y al revés? ¿Hay algo que siempre hubiera dado por supuesto que ahora esté comenzando a cuestionarse?
Muchas cosas. Mi problema es que siempre me he acercado muy escépticamente a las cosas y, de vez en cuando, alguna me sorprende porque me parece relativamente más cierta de lo que me parecía al principio. Quizá hoy el tono un poco bravucón y arrogante que tiene Nietzsche me aleja un poco de él. También hay que tener en cuenta que la obra de Nietzsche está escrita en su juventud. El tono a veces excesivamente petulante me echa un poco para atrás.
¿Cree que la enfermedad influyó en su filosofía?
No, su enfermedad fue su juventud. Todos estamos enfermos de ser nosotros mismos, de eso no hay quien se cure. Pero yo lo que creo es que quizá habría sido interesante ver cómo escribía Nietzsche con 70 años.
Cinéma et littérrature
Participó en un congreso sobre James Bond, del que dice que «es el héroe del consumo virulento: consume coches, mujeres, tiempo; por eso en aquella época —década de los 60 y 70— nos identificamos con él. Pero este personaje, en la actualidad, "es lo habitual, lo esperado"…».
Es un consumista pero a la vez es héroe, un hombre que se arriesga, que se aventura. En su momento era un personaje moralmente dudoso y hasta escandaloso; hoy nos parece una trivialidad cambiar de coche, tener gadgets de todo tipo para comunicarnos con los vecinos… es nuestra vida cotidiana. Lo complicado hoy en día es que nos logre sorprender James Bond. En el fondo todos somos, sin los riesgos, sin Spectra, sin los peligros, pequeños James Bond en zapatillas. Es curioso, porque es un héroe muy moderno pero quizá ha envejecido más velozmente que otros; estaba basado en algo que ha pasado, el comienzo del tecno-consumismo.
¿Por qué los malos tienen tanto protagonismo en ellas?
Era la época en la que se empezaba a desdibujar la división por la Guerra Fría, sobre todo en las películas; en las novelas todavía estaba más presente. Es decir, la Unión Soviética se empezaba a desvanecer como único enemigo y había que buscar otro. Enemigos que estaban en contra de ambos bandos, depredadores de otro orden como los que ahora son habituales. Hoy buscamos enemigos que quieren trastocar el orden del mundo y que a veces son sobrenaturales: demonios, sectas satánicas… cosas que se salen del orden político. El orden político tradicional por lo que se ve ya no funciona así.
En ese sentido usted ha escrito Malos y malditos, una recopilación de los grandes malvados de la literatura. ¿Por qué nos fascinan tanto?
Bueno solo se puede ser de una manera, pero malo se puede ser de muchas y es más divertido. Sabemos lo que es ser bueno, cumplir unas determinadas reglas, unas determinadas normas… por lo menos el estereotipo de la bondad. En cambio la maldad, las transgresiones, son múltiples, muy variadas. Están más ligadas a nuestros caprichos íntimos. Nuestra conducta recta está basada en las normas establecidas. Los malos, en cambio, siguen caprichos que son mucho más personales, distintos y por ello más divertidos.
Le gusta King Kong, Frankenstein… ¿Le resulta sencillo empatizar con ellos?
Me gustan mucho los monstruos. La idea del que está aislado y se rebela contra ese aislamiento, que busca compañía pero no vulgaridad. Ese personaje me ha gustado mucho siempre, aparte de que soy muy aficionado a la literatura popular, al cine de terror y de aventuras. Esos personajes únicos como Frankenstein o como King Kong, que no hay más, que no hay otro, me tientan especialmente.
Hollywood en los últimos años parece haber descubierto a Πλάτων y a Descartes. Películas tipo The Matrix, The Truman Show o Inception, ¿ayudan a cuestionarnos cosas?
Detrás de la realidad hay otra cosa, es lo que se llama pensamiento. Me hace gracia cuando se habla de «realidad virtual» como si los seres humanos hubiéramos vivido alguna vez fuera de ella; pensar o soñar por las noches es realidad virtual. La filosofía se basa en la distinción entre fenómeno y cosa, el mundo de las ideas platónico. Ahora además estás jugando con la consola al tenis con un señor que no existe. Todo eso favorece que te des cuenta de cómo hemos vivido siempre. Freud, por ejemplo, decía que cuando una pareja discute en una habitación no hay dos personas, hay cuatro. Las dos personas reales y después la idea que cada uno de ellos tiene del otro, que es con la que está discutiendo.
También a menudo se plantean historias de vuelta a la naturaleza, con indígenas viviendo en armonía frente a una civilización depredadora. Avatar, por ejemplo. ¿Qué opinión le merece ese mensaje? ¿Toca alguna fibra profunda en la gente?
Te presentan una tribu perdida en medio del Amazonas y ves a unos señores tatuados desde la coronilla hasta la punta del pie, pintados de diversos colores, que dedican media vida a tomar pócimas extrañas y a bailes. Luego se dice que están en armonía con la naturaleza, cuando yo los veo completamente antinaturales. Están condenados a intentar hacer cosas para que se note que no son naturaleza: «oiga que yo no soy un bicho; me pinto, bailo, canto, hago cosas que no tienen nada que ver con la naturaleza». Los ejemplos más desesperados de querer alejarse de la naturaleza son precisamente los que viven en un entorno que les da pocas posibilidades de zafarse de lo natural. Nosotros hoy, como podemos dormir de día y vivir de noche porque tenemos luz, la sentimos con nostalgia. Se vuelve a hablar de los dioses porque ya no están, de la naturaleza porque ya no está. Esos cariños por los animales porque los hemos derrotado: ya no hay animales feroces, no pueden hacernos daño. Entonces claro, pobrecitos, ahora son víctimas; desde el tigre de Bengala al cocodrilo gigante.
Hablando de Avatar, ¿la vio? ¿Qué le parece el cine en 3D? 
Me pareció malísima, horrorosa. Parece mentira que James Cameron, el mismo que dirigió Aliens, haya hecho una película tan mala, cursi y estéticamente horrorosa. Un pestiño de principio a fin.  Y lo de las tres dimensiones ya se ha intentado varias veces. En tres dimensiones ya vemos siempre; querer acentuar ese efecto… no sé. Me acuerdo que era más divertido cuando tenías las gafas aquellas de dos colores. En San Sebastián, cuando tenía 10 años o así, proyectaron House of wax con Vincent Price; era de las primeras que por entonces se llamaban «en relieve». Decían que te daban mil pesetas si la veías solo en el cine del terror que provocaba. Supongo que no era verdad, porque por mil pesetas habría habido muchos voluntarios para verla… Pero yo no lo veo. Si la película está muy bien hecha para tres dimensiones puede que tenga algún efecto gracioso, pero que Torrente tenga tres dimensiones no suena nada bien.
Próximamente va a estrenarse Atlas Shrugged, adaptación de la gran obra de Ayn Rand e icono del liberalismo. ¿Qué piensa de esta filósofa?
Sí, ya tiene películas como The fountainhead. Era una filósofa de la época del liberalismo heroico. Una superliberal en un sentido de pioneros, héroes, el individuo que lucha contra el universo… tiene un vigor. Es un disparate en el sentido de que supone que los seres humanos, que son sociales, pudieran vivir cada uno como si fuera independiente de los demás. Es bastante difícil de creer. Pero es un sueño, una especia de visión heroica del sueño americano, muy diferente por ejemplo a este mundo que estamos viendo del liberalismo actual; vale la libertad frente a toda norma cuando las cosas van bien, pero cuando empieza la crisis todos los bancos ponen la mano. Ayn Rand hubiera dicho: «all of those destroyed banks, Lehman Brothers, let everything disappear; let whoever survives keep on». En cambio ahora queremos las dos cosas, protección estatal y la libertad para los ratos buenos.
¿Qué distopía le parece más sugerente y define mejor la sociedad actual, Brave new world o 1984?
Una combinación de ambas. En nuestra sociedades hay más rasgos de Brave new world que de 19841984 es más propia de otro tipo de sociedades más autoritarias, aunque hay rasgos de prohibicionismo, esa búsqueda del eufemismo y del cambio del lenguaje: «la paz es la guerra», «las misiones de paz las hacen los soldados»… En general más bien supongo que nos parecemos en parte al mundo feliz, sobre todo en esa especie de infantilización. La idea de que todo el mundo tiene que ir en bicicleta con un chupa-chups en vez de con un cigarro. Sin beber, sin decir malas palabras, cuidando animalitos. Esa tendencia hacia un afeminamiento general de la población, de parecernos no ya a las mujeres reales, que no son así, sino a ese ideal de la mujer decimonónica que está haciendo cositas y preparando el té.
En los últimos años se han puesto de moda las series. ¿Sigue alguna?
A mí me encantó Casablanca; fue una pasión mientras duró o mientras yo la hice durar. Luego me han gustado mucho las policíacas. Algunas no se han visto en España, como Inspector Morse, por ejemplo. También otras como las de Poirot que hizo David Suchet. Y ahora estaba viendo las tres peliculitas del Sherlock Holmes moderno de la BBC. Me fastidian mucho las series basadas en una especie de realismo sucio con un lenguaje que son exclusivamente tacos, crudas como la vida misma, tipo The Wire. Me aburren infinitamente. Todo lo que sea realismo me aburre enormemente.
Siempre ha sido un gran aficionado al género fantástico, ¿qué opina de la eclosión de la temática de zombis y de vampiros de los últimos años? 
Nunca se han ido, siempre han estado por ahí. Pero la hipertrofia cansa un poco; cuando los vampiros se vuelven tan melosos, como hemos visto últimamente, son irreconocibles en su bondad. Pero sí, recuerdo que la primera película que logré ver fue Abbot and Costello meet Frankenstein, con Bela Lugosi. Entonces era rarísimo que una película de estas pudiera verla un niño, tenías que conformarte —que, por otra parte, estaban muy bien— con las de Ray Harryhausen como Simbad.
¿Ha leído Canción de Hielo y Fuego?
No, tampoco la saga de Twilight. Me he quedado en Harry Potter.
¿Y alguna novela de Houellebecq?
Sí, me gustan. Las novelas que le he leído me parecen como un saco de adoquines; salen puntas por los lados, no es una cosa regular, homogénea, pero me han interesado. No con pasión, pero nunca con indiferencia. Y los artículos. Es un personaje que tiene cierta valía, no tanta como él cree, pero tiene valía. Nos pasa a todos.
Usted escribió una biografía novelada divertidísima sobre Voltaire, El jardín de las dudas. ¿Cómo sabe el lector qué partes son ciertas y qué partes inventadas?
Casi todas, quería que en esa novela todo lo que dijera fuera de Voltaire. No se podía hacer porque había que trazar uniones narrativas, pero vamos, yo te diría que el 75 % o el 80 % son literales. Los incidentes biográficos son también reales; varía alguna cosa que cuenta la señora. Pero en general iba a ser una biografía, no tenía la pretensión de ser ficción. Hay muy poca en ella.
¿Es jugar limpio narrar novelas o películas a partir de hechos reales?
No, yo creo que hay que distinguir. En el caso de un personaje histórico… lo que no me gustaría es haber puesto que Voltaire en secreto era muy piadoso y rezaba a la Virgen del Carmen. Puedes salirte un poco en una narración, pero siendo fundamentalmente fiel al personaje y a lo que hizo. No veo qué interés puede haber en decir que yo cuento una cosa de la que me invento la mitad y la otra mitad la leo en el periódico. Me parece una estupidez. Ahora, por ejemplo, estaba leyendo Suite française de Irene Nemirovsky. Es una novela que está contando el impacto en la sociedad francesa de la invasión alemana en el año 40. Todo lo que cuenta está inventado por la señora Nemirovsky, pero por otra parte es una excelente reflexión y recreación del impacto que tuvo esa invasión, los egoísmos y las cosas personales. Pero no se supone que está hablando de una vecina. En literatura cada caso es único. Hay a quien le salen bien cosas que en principio rechazaría, pero de lo que conozco nunca me ha interesado.
Usted ha escrito ensayo, novela, teatro, artículos de opinión… pero creo que nunca ha escrito cuentos pese a ser un gran admirador de Borges y de Chesterton.
Sí, he escrito algunos. Hasta eso he cometido. Tengo algunos cuentos publicados en Ediciones Libertarias y luego también hay un cuento en el primer libro de caballos que escribí: El juego de los caballos.
Si usted fuese Adso en Il nome della rosa, ¿qué camino escogería en la encrucijada final? ¿El de la sabiduría o se quedaría con la chica?
Visto ahora no tiene mérito, porque lo que echo de menos es la chica; la sabiduría ya me aburre. En su momento, si tuviera esa edad, no lo sé. Ahora, desde luego, me divertiría más la chica, seguro.