Pido perdón por haber vivido por encima de mis posibilidades, alegremente, a la ligera, sin detenerme a pensar por un momento que mi temerario comportamiento contribuiría, años más tarde, a la hecatombe económica y social de este país.
Pido perdón por haber estudiado una carrera, por haberme atrevido siquiera a fantasear con que, en el futuro, podría tener un trabajo mejor que el de mi padre, niño de la Posguerra y mecánico sin vocación en la ya fenecida Pegaso. Pido perdón por haber derrochado cientos de euros en matrículas, libros, bolígrafos y folios. Y por haber malgastado los cinco euros que me daba mi madre para el bocadillo, que debería haber sido siempre de mortadela y nunca, nunca (Dios, qué vergüenza) de jamón.
Pido perdón por haber pretendido trabajar en algo vagamente relacionado con mis estudios o, al menos, mínimamente cualificado para que cinco años a base de bocadillos de mortadela y alguno de jamón con queso (aprieto de nuevo al cilicio) hubieran merecido la pena. ¡Cuántas posibilidades de vivir de forma acorde con mis posibilidades desaproveché! ¡Teleoperador! ¡Encuestador! ¡Repartidor de publicidad de academias de inglés! ¡Meter cartas en sobres! ¡Tuve, Cielo Santo, mi propio porvenir en mis manos y lo desprecié en un arrebato justificable de orgullo, pensando que estas nobles actividades eran trabajos temporales! Pido perdón (tecleo ahora de rodillas, mirando a la pared) por creer que merecía algo mejor.
Pido perdón por haber cubierto mi cuerpo con ropa. Perdonadme, os lo ruego, por cada euro invertido en H&M. ¿Por qué no vestí ponchos? Un poncho es elegante, digno y del todo compatible con mis posibilidades. Coges una sábana, le haces un agujero para la cabeza y ya está. Podría haber teñido de algún color el de los domingos, que hasta la chusma ha de permitirse de vez en cuando la coquetería. Pero… ¿camisetas? ¿Pantalones vaqueros? ¿Cazadoras? ¿Y (oh, Dios, apiádate de mí) un abrigo guateado cada dos inviernos? ¿Pero quién creí que era? ¿Un marqués? ¿Un futbolista? ¿Un comentarista de la crónica social? Hundo ahora el cúter en mi antebrazo y contemplo el correr de la sangre, porque cualquier sufrimiento es poco para redimir tanta bajeza.
Pido perdón, pido perdón y pido perdón. Y aceptaré cualquier castigo que quieran, en estos días de justicia implacable, propinarme los mercados. Pido perdón por haber tenido un ordenador de gama media, por haber pedido aquella copa de importación en la boda de mi cuñado, por haber invitado a cenar en vip a la chica que me gustaba (hasta el 2x1 de las Noches Locas hay que merecerlo) y por haber pedido un préstamo para estudiar un máster, por haber comprado aquel colchón viscoelástico y no el de muelles de hierro, que es el que corresponde a los de mi casta; pido perdón por haber vivido, de vez en cuando, moderadamente despreocupado, por no haber pensado, sin descanso, del día a la noche, en el porvenir; por haber leído poesía, y no libros de economía; por haber amado, reído; y por haber padecido la terrible enfermedad de la ilusión.
Y es que, ahora que lo pienso, ahora que veo los noticiarios y leo los últimos análisis de la recesión y las consecuencias que los derrochadores como yo vamos, con toda justicia, a padecer, me doy cuenta de que no he vivido por encima de mis posibilidades, sino en la atmósfera, en la estratosfera, en el jodido salto al hiperespacio de mis posibilidades…
¡No tenía ninguna!
No hay comentarios:
Publicar un comentario