La mirada del mal
Una inocente familia ha sido masacrada a tiros y solo un pequeño niño ha sobrevivido. Varios hombres, enfundados en largos abrigos y cuyos rostros no podemos ver, se dirigen hacia él dispuestos a terminar su trabajo. El crío —inmovilizado por el terror y con las lágrimas pugnando por brotar de sus ojos— les ve acercarse bajo los tétricos acordes de la sobrecogedora banda sonora. Es el final de los años 60 y pocas veces se ha visto una secuencia tan cruel en el cine: ¿realmente serán capaces de mostrar el asesinato de una pobre criatura en pantalla? El público empieza a imaginar las facciones, aún no mostradas con claridad, del sanguinario líder de la banda. Seguramente será un individuo de fealdad casi monstruosa con algún rasgo físico extraño que simbolice su inefable maldad interior.
«Jesus Christ, it's Henry Fonda!», así resumía el propio Fonda la honda impresión que los espectadores sufrían cuando la cámara giraba en torno al sádico líder de los asesinos y podían ver el rostro del actor que desde siempre había simbolizado la honradez, la rectitud y las admirables virtudes propias del Buen Hombre Americano.
Sergio Leone, director de Once upon a time in the West, se había empeñado en que Henry Fonda interpretase al villano de la historia, algo que el propio Fonda reconoció no entender hasta que vio la película terminada. Por eso, el actor se presentó ante Leone con la imagen que consideraba ideal para interpretar a un malvado prototípico: patillas, perilla que modificase su cara… y lentillas oscuras para ocultar el azul celeste de sus ojos; azul que el público asociaba instantáneamente con la bondad y candidez de espíritu que eran propias de sus papeles habituales. Al ver aparecer a Henry Fonda de esa guisa, Leone se puso frenético: «What is all this? Remove your contacts! It's your blue eyes that I'm paying for!»
Cómo no, Leone tenía razón. El propio Fonda se sintió sobrecogido al asistir a la proyección del filme, contemplando cómo era presentado su personaje: sus ojos azules ya no eran azul celeste, sino azul acero. Su rostro ya no era la representación de la virtud, sino la mismísima faz del mal. Su suave voz ya no era la voz de la justicia, sino el apagado tono de un asesino despiadado. Incluso su sonrisa había dejado de resultar ingenua, confiable y cercana. En un terrorífico intercambio de primeros planos, Henry Fonda sonreía de medio lado al pequeño niño… el niño a quien el más noble de entre los nobles héroes de la pantalla estaba a punto de asesinar a tiros.
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