miércoles, 9 de marzo de 2016

In memoriam: Ernesto Sabato

El túnel es quizá el libro que más he regalado en mi vida. A muchos de los homenajeados les encantó y a alguna le horrorizó; me dijo que no le regalara cosas tan raras y se fue a vivir a Londres. Mi pasión por Sabato empezó hace veinte años cuando una amiga me lo regaló por mi cumpleaños; me encantó y ella se fue a vivir a Australia. Luego apareció Sobre héroes y tumbas por casa en una colección de literatura del siglo XX que compró mi padre. En esa misma colección venía también El túnel, edición que le di a mi amiga para que se la firmara el autor una vez que fue a un curso de verano de El Escorial. Luego rebusqué por todo Madrid Abaddón el exterminador e incluso me compré un número de Anthropos dedicado a Sabato pese a que, por supuesto, no entendí ni una línea de ninguno de los artículos.
No sé a qué personaje elegiría como mi favorito de sus tres novelas. Si a Castel, Alejandra, Martín, Nacho, Marcelo, Bruno, Georgina… O Fernando Vidal. Creo que Bruno sería el elegido, sí; siempre me gustó su inacción y me encanta cuando en una de las novelas –aunque tengo dos al lado del teclado, para mí las tres son como un todo y no quiero tener tiempo para buscar hoja a hoja la cita exacta— habla de su frustración al no poder escribir. Ni siquiera puede imaginarse escribiendo algo. Tampoco sé con qué escenas me quedaría. Cuando Castel insulta a la empleada de correos que tiene un grano con pelos para que le devuelva la carta que acaba de echar hace un minuto al buzón; cuando Martín está a punto de contar a Alejandra la basura que es su vida atravesando un abismo cargado de excrementos y monos que le insultan pero al final no lo hace y se pone a llorar; el alivio de Marcelo al saber, tras ser torturado durante horas, que va a morir o cualquiera de las conversaciones-confesiones de Martín a Bruno. Apuesto por la escena en la que Nacho hace su monólogo asqueado por su vida y por la sociedad moderna y se pasea, esta vez sin Milord, insultando a Yoko Ono mientras recita Julia: «Se levantó y comenzó a caminar. Julia, Julia, oceanchild, calls me. Al llegar a Mendoza y Conde se sentó en la vereda y miró los árboles contra el crepúsculo: los nobles, hermosos y callados árboles. Julia, seashell eyes, windy smile, calls me. Esa japonesa jodida, esa japonesa de mierda ya tenía que arruinar todo». Todo ese capítulo, una página, iba a publicarlo como post en PopMadrid cuando muriera Sabato, pero el gran Ernesto duró más que la web y mi necrofilia quedó aparcada hasta que llegó Jot Down. Gracias. Y gracias a Sabato me aficioné más al surrealismo francés de posguerra y quedé enamorado de Victor Brauner y su ojo vacío. Fue una de las semillas que me hizo engancharme definitivamente a la literatura americana, persiguiendo durante años ediciones de Jacobo Fijman o de Felisberto Hernández. Aunque ahora haya dejado a todos por Baroja y Galdós no creo haberlos traicionado.
Fuera de la literatura Sabato es también el mejor; su independencia y su figura de cascarrabias me recuerdan a Baroja y si dices que la famosa foto de Muller del novelista español paseando por el Retiro en realidad es del argentino paseando por Santos Lugares, no irías muy descaminado. Quizá por esa independencia no es más conocido y es mirado de reojo por todos los sectores y sectas. Personajes más brillantes pero también más siniestros como Cortázar se llevan siempre el aplauso. Me da mucho asco que digan que una persona es comprometida porque casi siempre es mentira, pero creo que en el caso de Sabato puede decirse sin miedo: estaba comprometido consigo mismo. Lo mejor que puede hacerse y lo que más le envidio. Me gustaría ser tan digno como él, o la mitad al menos. Cuando algún año vaya a Buenos Aires ya me sé el recorrido. Además de los sitios sobre Carlos Gardel que mi padre me contaba de memoria sin haber ido nunca a Argentina, que serán los primeros que cumplimentaré, iré como una grupi cualquiera a sentarme al lado de la estatua de Ceres del Parque Lezama a ver si aparece alguna Alejandra que me susurre algo y me cambie la vida mientras veo en el mapa la forma más rápida de llegar al rascacielos Kanavagh, otro de mis objetivos porteños. Y si acabo meando de madrugada en la Patagonia, pues perfecto.

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