La carrera de Nicolas Cage es como la de ese compañero de clase que sacaba sobresalientes en la escuela y tenía pinta de físico nuclear pero a quien años después te encuentras empujando un carrito y suplicando limosna a la salida del Caprabo. Nadie sabe muy bien cómo ha ocurrido; lo mismo se presenta recogiendo un Oscar (Leaving Las Vegas), poniendo cara de que le están haciendo una colonoscopia durante dos horas (Face/Off), duplicado en un guion del gran Kaufman (Adaptation), participando en truños demoníacos (Ghost Rider), o activando su chip de bad-ass en piloto automático para el presente divertimento de aires rednecks.
El director Patrick Lussier deja claro desde la primera escena que su forma de aprovechar el 3D consiste en lanzar todo el menaje a la cara del espectador. La historia de un hombre salido del infierno para salvar a un bebé de una secta satánica cuenta entre su reparto con tía buena acompañante (Amber Heard), enemigo pasado de rosca (Billy Burke), sicario del averno de excursión para atrapar al protagonista (William Fichtner) y coleguita del héroe en forma de actor con tablas que solo tiene que poner cara de estar resolviendo un sudoku mental para cumplir (David Morse). Lo que les une son tres páginas de guion remojadas en hectolitros de gasolina casposa, tiros, malvados crueles, coches, puñetazos y diálogos sonrojantes recitados mientras ponen cara de pensar fuerte delante de un bidón ardiendo. Pero la película es totalmente sincera con su propia naturaleza mongólica; aquí para lo único que el protagonista quiere una calavera es para servirse un copazo en ella, no para recitar a Shakespeare. Es tan motherfucker este Nicolas Cage de pelo color pollo que ni para echar un polvo se quita la ropa o las gafas de sol. Ahí queda.
Blind Fury es un subproducto que podría sumarse a esa ola de revival moderno de la Serie B junto a cosas como Machete, Planet Terror o Hobo with a Shotgun. También sería fácil de etiquetar dentro de las mindless action movies más recientes estilo Crank, Wanted o Shoot ’Em Up (a la cual roba descaradamente la escena de casquete y tiroteo a la vez) pero ni resulta tan referencial como las del primer grupo, ni tan desquiciada como las del segundo. Recuerda, si acaso ligeramente, a la acción noventera de blockbusters con músculo sudado, pero careciendo del brillante embalaje a lo superproducción, como Con Air.
No pasará a la historia, pero es de agradecer que ni siquiera lo pretenda. Asimilada con cierto sentido del humor, la paletada de Lussier resulta moderadamente graciosa. Es un «Sabías a lo que venías» como un castillo y no tiene aspiración alguna: un guion mierdoso, cool guys que no miran hacia las explosiones y 3D oportunista.
Al día siguiente el cerebro —que es sabio— la habrá olvidado, pero eso es preferible a que te siga doliendo. A Ghost Rider me remito.
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