Las muchas sequías de California
De Jeff Wheelwright, 3 de abril de 2015
Morro Bay, California. California solo tiene dos estaciones, la lluviosa y la seca. En marzo, cuando para la lluvia —suponiendo que ha empezado— debemos olvidarnos de las precipitaciones al menos seis meses. La pluviosidad determina nuestro estado de ánimo durante el verano y el otoño. Donde yo vivo, en la Costa Central, 43 centímetros de lluvia por invierno ha sido la media a largo plazo. Superar ese número —la última vez que lo hicimos fue hace cinco años— da la sensación de ganar la lotería. Últimamente, la media ha estado muy por debajo de 10.
La diferencia entre un buen año de lluvia en California y uno malo depende del número de tormentas que irrumpen desde el Pacífico. Una o dos tormentas por invierno es malo; de cuatro a seis, bueno. Incluso en años húmedos y felices, cuando no hacemos caso a las inundaciones y aludes de barro, la lluvia es intermitente. Las tormentas empapan los valles y la nieve envuelve las montañas durante un día o dos, pero luego le sigue una semana o dos de sol. Durante las épocas secas, en la que nos encontramos ahora, las largas sucesiones de días soleados llegan a asustar un poco. Desde el miércoles, el contenido del deshielo en Sierra Nevada era más bajo que en cualquier época desde 1950. Los surtidores implacables de aguas subterráneas está causando que se hundan las tierras de labranza en el Valle Central.
Como la sequía entra ya en su cuarto año, el ajuste voluntario del uso del agua ha fallado en conseguir sus metas. Así que esta semana el gobernador Jerry Brown instituyó unas restricciones obligatorias. Las ciudades y los pueblos tendrán que cortar su consumo en un 25 por ciento, comparado con el 2013.
Pero el Estado es tan grande y diverso que una docena de sequías diferentes están efectivas. Los californianos del norte, bendecidos con corrientes de ríos, tienen relativamente poco de lo que preocuparse, mientras que por la megalópolis de Los Ángeles, los recursos de agua son remotos y los acueductos son cuerdas salvavidas. Los habitantes en el desierto cerca de Arizona y Nevada apenas perciben la sequía, mientras que los residentes costeros como yo tomamos falso consuelo del océano y las plantas de desalinización de repuesto.
Pero por todo el Estado, están teniendo lugar escaramuzas por una fuente que cada vez va a menos. Habiendo observado a mi vecino lavar su camión cuando no tendría que hacerlo, ya tendré excusa para denunciarlo. La mayoría de nosotros denunciaremos a los infractores a las autoridades — aunque quizá sin dar nuestros nombres. Si la sequía continúa, el compacto social y llevadero de California podría resquebrajarse y marchitarse también.
Aunque los acueductos entrecruzan el Estado, la mitad de los californianos sacan agua de embalses locales y aguas subterráneas. Dos comunidades una opuesta a la otra al otro lado de Morro Bay — mi ciudad y la más joven y más andrajosa comunidad de Los Osos — han adoptado diferentes acercamientos. Hace unos 20 años, en Morro Bay pagábamos un canal para hacer correr el agua en lo que se llama el agua estatal. Eso nos hace dependientes de las asignaciones de otra gente, pero en una sequía nosotros estamos más en forma que en Los Osos, que únicamente depende de las aguas subterráneas. Bajo la presión de bombear en exceso, los acuíferos de Los Osos están amenazados por la contaminación química y la intrusión de agua salada procedente del océano. Morro Bay tiene pozos municipales de respaldo, y una planta de desalinización para filtrar el agua subterránea salobre. Intentamos no ser engreídos.
Unos 50 kilómetros tierra adentro, la ciudad de Pablo Robles está rodeada de ranchos y viñedos. El campo pintoresco y ondulante es el favorito de los turistas catadores de vino. Desafortunadamente, las presas locales están por debajo de su capacidad y el bombeo del agua subterránea ha bajado la gráfica de agua y así los rancheros y los terratenientes se encuentran que se les están secando los pozos. Los dueños de los viñedos, que son recién llegados relativamente, no solo toman la mayor parte del agua subterránea sino que también se pueden permitir pozos más profundos, para tomar más. Está comenzando la contienda de clases. Incluso formar un comité para repasar el problema ha causado divisiones.
El conflicto que se avecina más grande en el Estado es el que hay entre los intereses urbanos y agrícolas, pero esa madre de todas las batallas, que trastorna la economía, no se luchará a menos que la sequía dure varios años más. Hace años cuando se asignaron los derechos del agua en California, las ciudades y las industrias no tenían tanto poder ni tanta sed como los tienen hoy.
El agua de la superficie para las grandes granjas y operaciones de lechería del Valle Central se transporta primero desde las presas de las montañas a la región del delta, donde los ríos de Sacramento y de San Joaquín se rozan con la bahía oriental de San Francisco. El delta también proporciona el agua que esa ciudad y sus habitantes beben.
Aquí está el hogar del capellán del delta, un pez de 5 centímetros de largo que se ha pillado en batallas de agua durante generaciones. Por orden del tribunal, el capellán en peligro de extinción tiene derecho a una cierta cantidad de agua de río, por delante de los que van río abajo. Los granjeros del Valle Central le han echado la culpa al capellán por cortarles su parcela — y eso durante los años buenos. Los suministros residenciales no han sido afectados por el capellán, hasta donde nos hemos dado cuenta.
Desde que empezó la sequía, el pez ha tenido cada vez menos defensores. Recientemente, puede que le haya hecho al Estado un favor volviéndose lo que un biólogo calificaría como "funcionalmente extinto", por un ambiente cada vez más salino. Si la sociedad da por perdido al capellán, ¿quién heredará su porción de agua? La legitimación del pez podría estar resentida — una racha seca, por decir algo, para que llegue una lucha mucho mayor. Tal vez los californianos hemos menospreciado nuestras copiosas fuentes naturales. Esperemos que la naturaleza no salde cuentas.
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