Respuesta breve: no.
Respuesta razonada: dice Manel Estiarte en la entrevista que nos ha concedido que Messi es no ya comparable a Maradona, sino incluso mejor. No es el único que lo piensa y además da sus buenos motivos para ello; que pueden ser, en mi opinión, discutibles, pero que también son razonables. Yo pienso que Messi es, desde luego, el mejor futbolista de la actualidad, pero recalco lo de «actualidad»: entiendo que en plena fiebre de lo actual y en una disciplina de memoria histórica tan breve como lo es el fútbol los paralelismos favorezcan al jugador más reciente.
También dice Estiarte, suscribiendo un comentario que nos hizo Michael Robinson en ese sentido, que el actual Barcelona es el mejor equipo que ha visto jamás —y eso no lo voy a discutir porque posiblemente es uno de los más serios candidatos— y aquí es donde podemos empezar a desgranar las comparaciones: Messi puede hacer cosas excepcionales tanto a nivel técnico como a nivel estadístico (número de goles, por ejemplo) pero lo hace arropado por un equipo que cuenta en casi todos los puestos con lo mejorcito a nivel mundial. De hecho, contemplando el asombroso nivel del equipo en que juega, el que Messi no aportara su buena ración de goles y jugadas fantásticas sería bastante inexplicable. Imaginemos a Romario o Van Basten en este mismo equipo. El Barcelona es un equipo tan bueno que nadie podría comprender que Messi no se luciera lo suyo.
Pero Maradona jamás jugó en un equipo de semejante calidad. Nunca, ni de lejos. El mejor equipo donde estuvo fue precisamente el Barcelona, pero la hepatitis y la brutal patada de Goikoetxea, que un poco más y le retira del fútbol, impidieron a Maradona alcanzar la gloria en la ciudad condal. Sus mayores éxitos los consiguió en equipos que, en conjunto, palidecen al lado del actual Barcelona (e incluso al lado del Barcelona por el que él pasó) y, de hecho, no sería exagerado afirmar que, sin Maradona, eran equipos del montón. El Nápoles donde forjó su leyenda era básicamente una escuadra ramplona edificada en torno a él: no había Xavis o Iniestas que le pusieran las cosas fáciles. De hecho, era Maradona quien ejercía de Xavi o Iniesta para el resto del equipo, al mismo tiempo que hacía también de Messi. Lo más parecido a una estrella que Maradona tenía a su lado era el brasileño Careca, y eso no fue hasta su segundo Scudetto. Hablamos además de la liga italiana de los 80: catenaccio, defensas inmisericordes (en todos los sentidos) y un fútbol absolutamente opuesto a la fluidez que el actual Barcelona consigue (y que consigue no solo porque es un gran equipo, sino también porque el fútbol se ha «ablandado» —¡afortunadamente!— y las circunstancias se lo permiten). El fútbol de los 80 era duro, y hoy en día la prensa y el público montarían un auténtico cisco si en un solo partido los defensores sometieran a Messi a un 50 % de las faltas y patadas a las que sometían regularmente a Maradona.
Tampoco la selección argentina del 86 era un equipo memorable; casi todos los comentaristas coinciden en que el Mundial de México se convirtió en el mundial no de Argentina, sino de Maradona, y que fue prácticamente la única ocasión en que el talento de un solo jugador llevó a un equipo a la victoria (es decir, todo lo opuesto al fútbol de conjunto que le ha dado el triunfo a España, por ejemplo). Pero seamos justos y esperemos hasta comprobar qué puede hacer Messi en los mundiales del futuro. De momento hagamos la única comparación que podemos hacer: el Mundial de Sudáfrica de Messi deja mucho que desear frente al Mundial 82 de Maradona (que fue generalmente considerado una decepción, tanto era lo que también se esperaba de Maradona a los 22 años). En un solo partido del 82 —por ejemplo el de Argentina contra Hungría— Maradona demostró muchas, pero muchas más cosas que Messi en todo su pasado campeonato. Diego, lo vuelvo a recordar, tenía 22 años por entonces. La videoteca está ahí, por si alguien quiere hacer algo más que comparar sobre el papel y verlo con sus propios ojos.
La idea de la perpetua irregularidad de Maradona es un mito creado en los años en que efectivamente empezó a ser irregular. Pero antes de esos años, en su época de gloria, Maradona no fallaba. Y no fallaba porque no era un jugador de flases como lo pueda ser Messi; Maradona no era un delantero, ni siquiera un mediapunta: era un mediocampista clásico que no estaba cerca del área esperando balones sino por detrás, dándole balones a los que esperaban. Era alguien que estaba en equipos no muy excepcionales, que dependían constantemente del juego que él repartía y organizaba: si Diego no funcionaba, el equipo no funcionaba (eso difícilmente se puede decir de Messi y el Barça, desde luego, porque el resto del Barça puede jugar por sí mismo perfectamente). Maradona daba los pases para que otros siguieran la jugada, para que otros marcasen los goles. Aun así, con esa dependencia en torno a él, consiguió ganar títulos del Calcio y la copa de la UEFA, un torneo que por entonces era casi tan duro como la Copa de Europa, actual Liga de Campeones. Un Maradona irregular jamás hubiese conseguido títulos con aquellos equipos. Y por si fuera poco, amén de ser el corazón del equipo, tenía tiempo y talento para marcar también sus propios goles con asiduidad y regalarnos toda clase de jugadas individuales extraordinarias. Y creo que son esas jugadas individuales las que engañan a muchos haciéndoles creer que Maradona era «ese» tipo de jugador.
Cuando se equipara a Messi con Maradona se hace por las similitudes más aparentes en las cualidades técnicas individuales de ambos, que son excepcionales, pero muy especialmente por los regates y la conducción del balón. Visualmente, el estilo de Messi con la pelota recuerda mucho a Maradona, pero más allá de eso hay un hecho que la gente suele olvidar: no son el mismo tipo de jugador. No cumplen la misma función ni juegan en el mismo puesto. Maradona, necesariamente, necesitaba un repertorio técnico más completo. El gran Diego Armando —vuelvo a repetir la idea— era igual a Messi más Xavi más Iniesta. Literalmente. Hacía por sí mismo lo que estos tres jugadores hacen en conjunto y que no podrían hacer por separado. Sus regates o sus goles eran solo la parte más llamativa de su juego, pero después están su fantástica efectividad en todo tipo de pases (cortos, largos, triangulaciones o distribución… de cualquier tipo), su visión de juego, su capacidad para tomar decisiones de equipo en una décima de segundo y la manera en que podía conducir al resto de compañeros repartiendo el juego desde el círculo central. Y lo hacía continuamente, no a ráfagas. Todo el juego pasaba por él y eso es algo que Messi no hace en el Barcelona. De hecho, el propio Diego cometió el error de pretender que Messi ejerciera de Maradona en Sudáfrica: no funcionó, claro. No es una cuestión de edad o de que Messi sea aún muy joven para poder comparar con justicia: es que no son jugadores equiparables, no tienen funciones similares, no tienen repertorios idénticos. No es ese el juego de Messi; Lionel no es ni de lejos tan completo técnicamente como para desarrollar todas las funciones de su compatriota. Sería como pedirle que tire las faltas con el mismo venenoso peligro con que lo hacía Maradona: Messi no puede hacerlo, hay cosas que Diego podía hacer y él no. Y no hay nada de malo en ello, nadie puede hacer todo lo que hacía Maradona. En el Barcelona necesitan a varios jugadores para hacerlo. En el Madrid no lo están haciendo ni con varios jugadores. En cualquier equipo del mundo necesitarán a varios jugadores para siquiera intentarlo.
Y por último —más subjetivo, pero no menos importante— está lo que Maradona significa en la historia del fútbol y que aun con el beneficio de la duda, es bastante improbable que Messi lo llegue a significar algún día. Y también, cómo no y permítaseme la licencia poética, está el romanticismo. Messi es hijo de la Argentina pero alumno de la masía: ha crecido como debe ser, arropado en una de las mejores escuelas del mundo —si no la mejor— y juega, también como debe ser, en el mejor equipo del mundo. Es como el Lewis Hamilton del fútbol. Pero Maradona, también hijo de la Argentina, es en cambio producto del ignoto Cebolllitas y, básicamente, alumno de nadie. Su talento natural floreció por sí mismo en medio de los más agrestes orígenes y, como si lo agreste fuese su destino, alcanzó la gloria siempre en circunstancias futbolísticas adversas. Ni siquiera tuvo el lujo de debutar directamente en un equipo de renombre mundial como su amado Boca, sino que tuvo que empezar a asombrar al mundo con la camiseta de Argentinos Juniors. Nadie tuvo la necesidad de preguntarse: «¿podría hacer lo mismo Maradona de no jugar en un equipo excepcional?» porque él no gozó de la ventaja de jugar en equipos excepcionales. Si imagino a Maradona rodeado de Xavi e Iniesta y esperando cerca del área en vez de repartir el juego del equipo… bueno, ni siquiera puedo imaginar algo así. No: Messi es muy grande, pero no es Maradona.
Lo único que sé es que las comparaciones comenzaron a dispararse con aquel magnífico gol de Messi al Getafe que recordaba tanto al famoso «gol del siglo» de Maradona. Solo que Maradona lo hizo contra Inglaterra —no contra el Getafe—, en la eliminatoria de un mundial —no en la Copa del Rey— y en la tensa revancha de la guerra de las Malvinas —no en una rutinaria ronda de competición nacional entre dos equipos muy desiguales—. Cuando se dice que es injusto olvidar que Messi es aún muy joven para comparar, yo me pregunto, en cambio, si es más injusto olvidar que para poder poner a un jugador en la misma frase que Diego Armando Maradona, ese jugador ha de demostrar lo prácticamente indemostrable. Yo soy el primero que anhela ver aparecer a un nuevo Maradona. Pero aún no lo he visto.
También me gustaría creer en Dios, pero tampoco lo he visto.
O sí.
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