Ni la de los Cien Años. Ni la de Vietnam. Ni siquiera la de las audiencias televisivas. Con mucha diferencia, la guerra más cruenta que puede sufrir el hombre medio emparejado es la que libra todas las noches para mantener su lado de la cama.
No todos sobreviven, la verdad sea dicha. Y para acometer esta batalla con ciertas garantías de victoria, nada mejor que seguir los consejos de este manual de campaña que os facilito, oh, pobres pepitos míos.
1. Un buen despliegue inicial es fundamental. Los oficiales curtidos en mil y una refriegas nocturnas saben que la mejor postura siempre pasa por colocarse de lado y en diagonal. Para ello, la táctica de elección es la de acurrucar la cara amorosamente en el hombro del enemigo, justo al comienzo de la contienda. ¿Resultado? Ocuparás casi todo el campo de batalla desde el principio y a tu enemigo le costará maniobrar. Esta es una táctica ganadora y fundamental en toda batalla por el Lo Monaco que se precie.
2. Continúa desplegando bien tu ejército. Observa tu cuerpo. Analízalo. ¿Eres alto? Aprovecha la zona de la retaguardia: las rodillas y los pies son tus mejores armas. ¿Te sobran unos quilitos? Juega entonces con el factor intimidación. Tu enemigo se cuidará mucho de interponerse ante tus bamboleos involuntarios (o eso cree que son). Los delgados cuentan con la siempre efectiva táctica de la sanguijuela: deslizarse sobre las sábanas por cada hueco que encuentren y utilizar sus afiladas articulaciones a modo de ametralladora. Incluso los pequeñitos pueden sacar partido, pues se repliegan con facilidad en el borde y pueden planear su siguiente estrategia con tranquilidad, al son de los ronquidos de un enemigo demasiado confiado.
3. No des nunca una plaza por perdida. Sin duda, la guerra que se libra por las noches por cada palmo del viscoelástico es una guerra de desgaste. Si, por ejemplo, tu brazo ya apenas resiste sobre la pequeña porción de colchón que queda junto a tu costado derecho e, inesperadamente, recibes una nueva embestida de ese codo punzante, intenta contraatacar con la estrategia más sucia que se te ocurra. Elevar el brazo -como dando a entender que aceptas sumisamente tu derrota- a la altura de tu frente y dejarlo caer distraídamente sobre la cabeza del enemigo puede hacerle retroceder. Un inocente tirón del edredón hacia arriba con el ánimo de arroparse no suele levantar sospechas, y te permite colocar, con un hábil movimiento ondulante, una mullida y preciosa barrera que te protegerá de ataques futuros (requiere práctica). En cualquier caso, nunca dejes de luchar. Utiliza todos los medios a tu alcance, pelea por cada palmo de terreno. ¿Alguna vez has oído hablar de la guerra de trincheras? Pues esto es lo mismo, pero en blanco satén.
4. Mención aparte merecen las múltiples jugarretas de las que el combatiente puede ser objeto durante toda la noche. "¿Me traes agua?", "Abajo se oye un ruido", "¿Has echado la llave?" o "Abre la puerta al gato, cariño" son algunas de las más comunes, pero hay muchas más. Todas ellas persiguen lo mismo: arrebatarte tu lado de la cama en el breve lapso de tiempo en el que tú, noble guerrero, llevas a cabo las tareas encomendadas. Con frecuencia, volverás con, digamos, el puñetero cargador del móvil -olvidado en el salón, ¡ja!- y te encontrarás con que ella se ha despanzurrado en tu lado de la cama, se habrá dormido y tendrás que enchufar tú el móvil a tientas. Y encima harás ruido y recibirás una severa amonestación -pues, desde la Convención de Ginebra, el ruido se considera un arma aún peor que las bombas de racismo en la guerra de las camas de 1,35.
5. Si todo lo anterior falla, recurre a la siguiente táctica. Independientemente del punto de la batalla en el que os encontréis, deslízate suavemente bajo las sábanas. Bájale las bragas, lentamente o de un indolente tirón (esto ya depende: conoce a tu enemigo). Comienza a darle pequeños besos -como aleteos- en los muslos y, al cabo de un instante, métele la lengua cual misil en el coño. Empléate a fondo. Si compruebas al poco tiempo que ella se incorpora y acude a tu lado de la cama con los ojos entornados, es que has maniobrado bien. Haced el amor. Agarraos fuerte de las manos, encharcad el campo de batalla de sudor. Cerrad los ojos y gritad mucho. Tomad aliento entre sonoros besos y eufóricos planes para el futuro, como el de comprar una cama más grande. Reíd. Abrazaos. Dile que la quieres y ella te confesará -je- que sigues follando muy bien. Se levantará para ir al baño y te dirá que enseguida vuelve contigo. Mira de reojo hacia la puerta, que arroja un hilillo de luz. Date prisa y acurrúcate de lado en diagonal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario